El público infantil puede ser, en muchos ámbitos, el más exigente. Y la literatura, especialmente la de ficción, es uno de ellos. No sólo porque los libros les ayuden a imaginar mundos fantásticos en los que dejar volar su imaginación libremente, y, por tanto, demandan que las historias que cuentan estén a la altura de sus expectativas, sino porque, también, pueden ser una de sus principales fuentes de aprendizaje del lenguaje.
En este aspecto, el trabajo de traducción es fundamental y, más concretamente, el ámbito del diálogo ficcional, porque gracias a él y a su traducción correcta se consigue conferir verosimilitud y autenticidad a la trama que se narra y se le puede dar voz real a los personajes ficticios.
La literatura infantil, como género vivo que es, ha ido evolucionando de acuerdo a multitud de condicionantes. Por ello, cabe destacar que, a partir de los años 20 del siglo pasado se produjo uno de los cambios más importantes y que más ha encaminado la literatura de ficción hacia lo que se conoce actualmente: la renovación del lenguaje hacia una mayor recreación realista aún en la ficción, que derivó en la incorporación masiva de los rasgos orales en el diálogo escrito.
Y en base a ello, el diálogo ficcional se alza como el eslabón entre el texto multimodal y el texto literario. Así, gracias a él, y seleccionando ciertos rasgos propios del lenguaje oral y de la inmediatez comunicativa, se consigue que la literatura destinada a los más jóvenes, confluya entre la ficción y la realidad sin minusvalorar ninguno de los dos ámbitos.
Ahí es, precisamente, donde la traducción juega uno de sus papeles más importantes: En la capacidad del traductor para conjugar las particularidades lingüísticas propias de la literatura de ficción con la oralidad del idioma y, por otra parte, las condiciones específicas de los destinatarios –su edad, antecedentes culturales, formación, etc.-.
Una vez alcanzada esta habilidad, los textos infantiles y juveniles de ficción habrán podido alcanzar un nivel acorde con las expectativas de los lectores y, especialmente, con el sentido y la trascendencia que le hubiera dado el autor de la obra.